Gulupa
Querida persona,
¿alguna vez has escuchado a Silvina Moreno? Si no lo haces todavía, te recomiendo empezar por ¿Será una estupidez? Mis versos favoritos de la canción suenan más o menos así: “estoy horas en Internet mirando besos de películas por diversión, no te asustes con esta última confesión”. Cuando la escuché sentí una compañía profunda y feliz, pensé que tal vez en el mundo debe existir un chorro de gente a la que también le emociona el baile de Gabriela y Troy en High School Musical 3; o el beso de Jo y George al final de la versión más nueva de Black Beauty; o la escena en que el rey Dominic y Erika cantan Si me amas como soy en Barbie: La princesa y la plebeya. Hubo una temporada reciente en la que dejé de hacerlo, pero antes de mi conversión a una Grinch del romance y hasta hace unos días, recuperé la costumbre de taparme la cara con un cojín y emitir sonidos incomprensibles cada vez que ocurre algo que me enternece en las series o películas que miro.
Hay personajes subterráneos con los que simpatizo además de quienes cantan, bailan y se colocan frente a frente para reconocerse. Te hablo de los héroes y heroínas que se hacen a un lado. Mientras te escribo, pienso en Chizuru Yoshida de Kimi ni Todoke. Chizu crece como amiga de los hermanos Sanada: Ryu y Toru. Con el tiempo, no solo se estira su estatura, sino también sus sentimientos hacia Toru, el mayor. Eventualmente, después de ir a la universidad, este regresa para anunciar su compromiso. Chizuru no piensa ponerse en medio. No quiere hacer de su corazón soldado. Prefiere que la desilusión erosione su paisaje interno, prefiere que las capas de suelo remanentes le cuenten la historia de aquella vez que amó y cómo, en ese momento, no quiso hacer nada al respecto.
El último año que pasé en el colegio fue sobrevivible gracias a las clases de español. No logro recordar bien el contexto, pero un día, no sé por qué, Medina, el profesor, dijo: “yo te amo y a ti qué te importa”. Luego llegaría a mi vida un amigo maravilloso para decirme: “amar no es lo mismo que el deseo de estar con alguien”. Y en medio de esos dos acontecimientos, Herman Melville haría hablar a Bartleby, el escribiente: “preferiría no hacerlo”. Me gusta el personaje de Chizu porque, además de verme en su porte desordenado del uniforme durante el bachillerato, puedo percibir cómo en su decisión de caminar como cangreja, se tejen esas tres sentencias. Me rehúso a leerla con lástima, como víctima de un amor no correspondido. Ella decide blandir en sus manos la elección de un amor unilateral que se corresponde en la medida en que Toru es feliz y permanece en su vida. No se está conformando, está decidiendo que lo mejor que puede hacer es no hacer nada.
Cuando tenía catorce me enamoré de A. Perdidamente. En esa ocasión tampoco hice nada al respecto. A estaba con M, que no era nada menos que la criatura más dulce que ha pisado el planeta. Con el tiempo nos hicimos amigas y aprendí de las dichas derivadas de amar y no hacer nada al respecto. Pero este pequeño paréntesis me interesa porque cerca de la casa de A había un puesto de gelato hecho a partir de sabores extraños, de frutas que yo nunca en mi vida había oído mencionar: una de ellas era la gulupa, que viene siendo una prima de la maracuyá o un intento salvaje de granada. Me gusta pensar que las otras frutas le preguntan: ¿no te dan ganas de ser maracuyá o granada? Imagino que ella responde entre palabras púrpuras y amarillas: preferiría no hacerlo.
Querida persona, hace poco un amigo adorado me dijo que no todos los cuentos tienen que ser obras maestras. ¿Cuántos cuentos mediocres no habrán escrito las “grandes” de la literatura?
Espero que te rías como yo al darte cuenta de que esta carta no tiene absolutamente ningún sentido. Deseo ser mejor en el oficio de la mediocridad. Podría echarme a llorar porque al terminar de escribir nada surgió como yo lo tenía planeado, pero, preferiría no hacerlo.
Quisiera, por primera vez, compartirte un poema:
En la mano izquierda lleva el vaso de plástico.
No es ella, resulta que el calor también hace sudar al frío desde afuera.
No es temporada de naranjas dulces,
sabe que cada sorbo le ablanda la mordida
de los helados de mandarina que se le antojen después.
Cambia de mano para agarrar esa que no es suya, esa que contra el sol
se parece a los gajos
a las bolsitas de agua a veces dulce
a veces ácida.
A esa hora el mundo cobra sentido para las frutas
de cáscara verde que se nombran desde dentro.
¿Esa medallita es de plata?
Sí.
Me la regalaron para que
en días como este
se me haga más difícil pensar la catástrofe.



Te amamos... Gracias por compartir cada sensación en cada palabra