Querida persona,
La sudadera que mi hermana lleva al colegio tiene un bolsillo con cremallera en la parte de atrás. Para ella, hace las veces de cofre, porque el mundo todavía está repleto de “x” que marcan el hallazgo de un envoltorio de galletas festival, un sticker que perdió el adhesivo pero conserva su belleza y, alguna piedra que, gracias a las consecuencias de las reacciones de fusión nuclear, adoptó una forma que a Sofía le parece coqueta.
Si las costuras que cuentan la hechura de mis manos alguna vez revelaran lo que existe entre los sellos, la autopsia indicaría que, de a poquitos, las palabras ocuparon el lugar de la carne. Mis tesoros se parecen a los de mi hermana porque, objeto o llamado, ambos son mantras: anunciaciones de belleza, señales en el camino para recordar el milagro de la atención.
A lo mejor viste alguna vez Shrek 2. Si lo hiciste, quizá resuene contigo un diálogo que sucede al robo de la pócima de Felices por siempre:
―¡Ay, santo patrón de los burros! ¡Me derrito! ¡Me derrito! ¡Me derrito!
―Solo es la lluvia, Burro.
Igual que casi todas las líneas consagradas en El viajero del siglo de Andrés Neuman, Niñapájaroglaciar de Mariana Matija, La gravedad y la gracia de Szymborska y otras “x”, ese intercambio entre Burro y Shrek me acompaña desinteresadamente como un mantra. Le guardo especial cariño sobre todo porque me recuerda que, la posibilidad de prescindir de la palabra aguacero es infinita: a veces solo es la lluvia y ya está, y eso es todo.
Desde muy pequeña habité la idea de que debía ser una gran niña; conocedora de los juegos más divertidos, lectora de los libros más intrincados, conversadora de las palabras más inmensas. Ahora, porque se lo debo a esa niña, aún con los contratiempos y chichones y raspones y rozaduras y fricciones que implica, me esfuerzo por ser solo María José. Quiero concederme la ignorancia y la torpeza; la indisciplina y la lentitud; el mal genio y el silencio. Quiero regalarme mi lugar en el mundo sin tener que hacerme grande o pequeñita. Quiero regalármelo por saber respirar, por saber mirar, por saber oler, por saber tocar, por saber probar, por saber decir te amo, por saber dibujar tortas y gatos para Sofía, por saber leer y olvidarme de lo que leí, por no saber.
Querida persona, te extiendo mi mano apalabrada para llamarte lejos de la bruma. La lluvia, si no es tormenta o huracán, es solo lluvia. A veces el sustantivo se adjetiva en su propia existencia. Podrás ser solo tú, nada más una persona. Pero comes y bailas y cantas y sabrás en algún punto de tu vida qué significa una nube y lo que cae cuando una nube cambia y por eso no necesitas pequeñez. Por eso es que no te hace falta grandeza.
Hermoso! Te amamos Majo!
❤️